jueves, 23 de diciembre de 2010

De Madrid a Estambul pasando por Italia y Grecia


Juan J. Recio nos relata su viaje a Estambul, la ciudad de los contrastes, junto a su inseparable compañero de peripecias Jesús Blanco. Conduciendo sendas BMW 1150 GS, ambos riders salieron de Madrid dirección Barcelona donde esperaba el ferry que les llevaría a la mágica ciudad turca y, por qué no, disfrutar también de Italia y Grecia antes de alcanzar su destino.
Y en frente, Estambul
Son las 5:30 de la mañana y acaba de sonar el despertador. Pero esta vez, y al contrario de otros días laborables, cuando voy a coger la moto no me espera la oficina. La BMW R 1150 GS está cargada hasta los topes y en pocos minutos me aguarda mi compañero de viaje, Jesús Blanco, y su impresionante R 1150 GS Adventure. “¡Vamos allá Blanco!”, le grito al llegar al punto de encuentro. “¡Vamos Recio!”, me responde, y antes de arrancar su moto me pregunta: -¿Qué tienen los viajes en moto que enganchan tanto?-, – no lo sé Blanco pero creo que es algo que no tiene explicación. ¿A quién le explicarías que acabamos de dejar a nuestras respectivas esposas (Natalia y Raquel), a una niña de poco más de un mes en tu caso (Aitana) y yo a mi hijo de 14 meses (Juanito)? ¡Venga! ponte el casco y vámonos, que cuando seas viejo te gustará contar nuestro viaje a las puertas de Asia a los hijos de Aitana-.

A las 13:30 ya estamos en Barcelona para coger el ferry que nos llevará hasta Civitavecchia (Italia). Nos quedan unas cuantas horas para embarcar y hemos quedado para comer con Carles y Santi, unos buenos traileros de la ciudad condal y amantes también de los grandes viajes en moto. Tras la comida nos dirigimos al puerto donde coincidimos con otros moteros de Manresa. Por fin, y con un retraso de más de una hora, suena la sirena del ferry.
A las 16:30 del día siguiente, nuestros neumáticos ya están besando suelo italiano y nos dirigimos rápidamente dirección Bari. Lo de rápidamente es un decir, porque los italianos nos hacen unas pasadas que parecen levantar las pegatinas que llevamos en las maletas. Llegamos a Bari tan tarde que al abandonar la autopista no hay nadie para cobrarnos el peaje. Tras comprobar que nos toca pagar 25 euros por moto, decidimos salir los dos al unísono una vez pagamos en la máquina el importe por una de las motos. Con los nervios propios del delincuente principiante no logro arrancarla. La risa nerviosa y contagiosa se apodera de nosotros y por fin ruge el bóxer, tiro de embrague y salgo a toda pastilla llegando a Bari impregnado del inconfundible aroma a embrague quemado. Al final, y tras una hora de estar dando vueltas por la ciudad buscando un hotel, vemos una comisaría y preguntamos a los carabineris. Uno de los agentes sale de la cabina y nos hace un gesto de que esperemos. Esperamos cinco minutos y sale una patrulla haciéndonos un gesto de que los sigamos. Lo que son las cosas, en una hora hemos pasado de ser pequeños delincuentes a ser escoltados por los carabineris. Amablemente nos llevan hasta un buen hotel y nos recomiendan no dejar las motos en la calle.

Dormimos fenomenal y tras desayunar fuerte nos dirigimos al puerto de Bari para coger el ferry que nos llevará en 9 horas y media hasta la costa Griega, concretamente a Igoumenitsa. Aprovechamos para tomar un poco el sol, probar el afamado yogur griego, degustar una buena comida en un excelente restaurante del barco y ver como unos americanos suicidas achicharraban sus pieles en cubierta. A las 22:30 -hora griega- llegamos a Igoumenitsa y buscamos un camping donde poder pasar la noche. A la mañana siguiente, montamos nuevamente todos los bártulos y nos dirigimos hacia Kavala atravesando el mítico Katara Pass y los famosos monasterios de Meteora. La ruta es espectacular con más de 1.000 curvas y frenadas. Atravesamos el Katara Pass con 50 cm de nieve a ambos lados de la carretera y, finalmente, disfrutamos de lo lindo contemplando el paisaje de Meteora y los monasterios suspendidos en el aire. Nuestro siguiente destino antes de llegar a Kavala es el archiconocido Monte Olimpo pero esta vez los dioses del Olimpo no están de nuestra parte y las nubes no nos dejan ver la majestuosa cima.

Amanece en Kavala, una ciudad preciosa junto al mar, limpia y moderna, donde parece existir culto por la motocicleta ya que una de las calles principales está llena de concesionarios de motos de todas las marcas. Nuestro objetivo para ese nuevo día es llegar a la legendaria ciudad de Estambul. Atrás dejamos las buenas autopistas griegas y afrontamos con inquietud el paso de la frontera turca. Bueno pues allí estamos los dos y tenemos en frente el primer puesto fronterizo. Para pagar el visado tenemos que ir al edificio de enfrente y pagar 10 euros. Venga ya tenemos el visado. Y ahora diríjanse con sus motos al otro puesto que está a unos 200 metros más adelante… Total, cuatro puestos donde revisan lo revisado y más de una hora y media para pasar la frontera.
Una foto con el ‘Welcome to Turkey’ y afrontamos una autopista totalmente atípica con badenes, semáforos y perros hacia Estambul. Nos sumergimos en el caótico tráfico de la ciudad de Estambul y tardamos más de tres horas en encontrar el hotel mientras la temperatura de mi moto roza la zona roja.Nnos metemos en una calle estrecha y de repente vemos que viene un camión marcha atrás a toda pastilla. Jesús encuentra un hueco pero yo no tengo escapatoria. Me pongo a pitar como loco pero el camión no para, paso a gritar para que me echen una mano algunos de los comerciantes pero nadie hace nada. Menos mal que al final un comerciante quita parte de sus enseres de la acera y logro meterme y tumbar la moto al máximo para que pase el camión. Tras el susto seguimos buscando el hotel pero de repente no veo a Jesús. Por fin logro verle y se me ponen los pelos de punta: está encajado entre dos autobuses que han pasado sin contemplaciones rozando sus maletas.
Al final llegamos sanos y salvos al hotel y decidimos de forma unánime dejar las motos en un parking al lado del hotel. Tras la merecida y reconfortante ducha, cogemos las cámaras de fotos y nos dirigimos a Santa Sofía y a la Mezquita Azul. Impresionantes ambas, cuesta elegir cuál de las dos es más bonita. Allí conocemos a unos comerciantes que amablemente nos invitan a tomar té a una de sus tiendas de alfombras y, aunque les dejamos bien claro que no compraríamos ninguna, acabamos en la tienda (ocurre igual que cuando vas a Marruecos, pero aquí insisten de forma más elegante). Desde allí, nos vamos a cenar a un chiringuito regentado por una familia turca muy simpática que acabamos tomando como centro habitual de avituallamiento durante nuestra estancia en Estambul. Después de un vaso de leche en una cafetería nos vamos a dormir. A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano y visitamos la Basílica de la Cisterna, una basílica llena de agua. Posteriormente visitamos la Mezquita Azul descalzos como es obligatorio y subimos nuevamente al hotel ya que por la tarde nos espera un crucero por el Bósforo. Posteriormente fuimos al Gran Bazar y, para terminar el día, volvemos a nuestro restaurante favorito y hablamos con un musulmán sobre religión.
Un nuevo día nos espera y nuestro propósito es abandonar Estambul, atravesar la frontera turca y dormir en Grecia. Amanece lloviendo con bastante fuerza y al tener tan poca visibilidad no cogemos la dirección correcta. Cuando nos queremos dar cuenta llevamos 200 kilómetros y estamos a tres kilómetros de la frontera con Bulgaria. Tenemos que bajar por territorio turco en paralelo con la frontera con Grecia hasta que encontramos nuevamente la frontera correcta donde otra vez nos esperaban las cuatro cabinas, revisar lo revisado y una hora para entrar en territorio Griego. Proseguimos nuestro viaje por las perfectamente asfaltadas autopistas griegas, gratuitas para las motos, y nos desviamos para dormir en Kozani, un pueblecito rodeado de montañas y donde hace bastante frío.
Al día siguiente, nos dirigimos al rincón más escondido de Grecia, Zagoria, y disfrutamos de unos buenos paisajes y carreteras retorcidas con un asfalto bastante malo hasta llegar a Igoumenitsa, donde esa misma noche cogemos el barco dirección a Italia. Esa noche no tenemos reservado camarote y nos toca dormir en las alfombras del bar del barco. El barco llegó a Bari a las 8:30, aprovechamos para salir los primeros y coger rápidamente la autopista dirección Nápoles y luego Roma. Al llegar, unos moteros italianos con su Ducati, nos guiaron hasta el Coliseo y aprovechamos para ver el resto de la ciudad. Desde allí nos dirigimos a Civitavecchia para embarcar dirección Barcelona. En el barco coincidimos con muchísimos amantes de los viajes en moto y pasamos un rato muy agradable en cubierta disfrutando del sol y de la buena música.
Al día siguiente llegamos sobre las 15:30 a Barcelona y afrontamos con tranquilidad los últimos 650 kilómetros que nos quedan hasta llegar a nuestros hogares en Madrid, mientras en nuestra cabeza resuena una y otra vez la canción del pirata de José de Espronceda, cambiaba un poco la letra: “La luna en el mar riela en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul. Que es mi moto mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, viajar”

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