lunes, 21 de febrero de 2011

El triunfo del sueño sobre la mecanica por Miquel Silvestre


Cuando le preguntaron a Bob Marley por qué tenía un BMW
contestó que esas eran las iniciales de su grupo. Aparte de una
ocurrente salida, lo que revela la anécdota es que incluso para
un rastafari jamaicano la marca de Munich es un icono.


La hélice blanca sobre fondo azul representa el éxito,
pero también un modo de hacer las cosas capaz de convertir
productos industriales en algo más. BMW es un mito. Pero no
lo es por los coches, sino por las motos. Dicho de otra forma,
si BMW ya forma parte de la iconografía universal es por
fabricar motocicletas y por hacerlo de un determinado modo.
A pesar de este éxito actual, la de BMW ha sido una historia
traumática. La primera gran crisis tuvo lugar con el Tratado de
Versalles que supuso para Alemania la prohibición de fabricar
aviones. Bayerische Motoren Werke, fundada en 1913 por el ingeniero
aeronáutico Karl Friedrich Rapp, ya no podía producir sus
grandes motores de seis cilindros; ¿Qué hacer con una autorización
para construirlos de no más de 500 centímetros cúbicos?
Max Friz, ingeniero de 33 años, asumió la tarea de desarrollar
una motocicleta. Presentó un motor boxer de dos
cilindros opuestos, colocados transversalmente a la marcha
(no longitudinalmente, como el resto de fabricantes),
caja de cambios interior y transmisión por cardan en lugar
de cadena. Así nació en 1923 la R32, y con ella un diseño
mecánico que en lo esencial se ha mantenido invariable
durante 80 años. El primer vehículo BMW fue una moto.
Siguiente crisis. La Segunda Guerra Mundial. BMW
proveyó para la Wehrmacht una motocicleta pesada, lenta
pero capaz de superar todo tipo de terrenos. Un motor de
750 Cc, un sidecar y una tercera rueda motriz. Surgió una
máquina que es hoy ilusión máxima de coleccionistas
de todo el mundo y que en su día demostró plena efectividad
desde las arenas de África a la nieve de Rusia.
Nadie se salva en una guerra tan infame. BMW tendrá
siempre entre sus pecados el empleo de mano de obra
esclava, compartido con todas las demás grandes industrias
alemanas. Pero en el pecado está la penitencia. Sus
fábricas fueron destruidas; máquinas y útiles, desmantelados
y enviados como indemnización; las instalaciones
de Munich, ocupadas por las tropas aliadas. A punto de
desaparecer, de nuevo las motocicletas fueron su salvación.
BMW obtuvo una licencia restringida para reparar los vehículos
militares del ocupante. Pronto se extendió a la fabricación
de maquinaria agrícola, bicicletas, sartenes, cacerolas y... motocicletas. El motor no podría superar los 250 Cc. Sin
apenas medios, llevó a cabo su propio milagro alemán. En
1948 presentó la R24. En su primer año construyeron 10.000
unidades para un país que necesitaba urgentemente medios
de transporte. El siguiente, 17.000. Luego vendrían la R51 y la
R67 con motores de 500 y 600 cc, cuyo desarrollo fue llevado
en secreto para no infringir las normas de los Aliados.
A medida que la economía europea se recuperaba, las motos
dejaron de ser utilitarios y empezaron a ser vistas como vehículos
de afición. Pero para ser juguetes, las BMW eran, son y
probablemente siempre serán, caras. Al menos más que la competencia.
Y la competencia a finales de los años 60 empezaba
a ser japonesa. Cuando Honda sacó su Four de 750 Cc y cuatro
cilindros en línea, sentó las bases de una revolución y las
Triumph, Norton, Benelly y Guzzi se hicieron viejas de golpe.
BMW insistió en su propio camino y en su viejo motor
boxer. En 1973 alcanzó las 500.000 unidades fabricadas.
Tenía a su favor la leyenda de fiabilidad germana. El cliente
de BMW sabía que adquiría una moto cara de compra pero
barata de mantenimiento. Pero su público envejecía. Los
jóvenes no querían conducir un paquebote lento y pesado.
Entonces BMW inventó una revolución. A falta de novedosa
tecnología, usó los sueños de aventura como materia prima.
Surgió la saga G/S de Gelände (tierra) y Strasse (carretera), para
definir a unas motos nunca vistas hasta entonces: aptas para
circular por caminos sin asfaltar pero también por autopistas. En
1980 conmocionaría el mercado lanzando un extraño artefacto
que maravilló a crítica y público. La R80 G/S, una motocicleta de
enduro en apariencia pero con un enorme motor de 800 Cc. Nació
un concepto nuevo, el de maxi trail. La idea demostró ser acertada.
Todas las marcas tienen hoy una gran trail en su catálogo.
BMW sigue siendo la reina de la categoría desde hace 30
años con la familia GS, indiscutible superventas de la empresa.
Resulta curioso tan formidable éxito comercial en un producto
que el 90% de sus usuarios conduce sólo en carretera. ¿Por
qué comprar una motocicleta de altas suspensiones, cubiertas
mixtas, manillar ancho y rueda delantera mayor que la trasera?
¿Por qué gastar cientos o miles de euros en defensas de motor,
faros suplementarios y baúles de aluminio? Lo que justifica la elección de una GS no es que se planeé vivir una verdadera
aventura, sino su imagen y el sueño de tal vez vivirla algún día.
BMW GS es sinónimo de motociclismo de aventura e intrépidos
viajes por cualquier terreno. ¿Cómo ha sucedido este
prodigio con unos vehículos nada baratos que en realidad
muy pocos arriesgan a introducir en el barro, la arena, la grava
y la tierra? ¿Qué justifica que en el mercado de ocasión las
viejas GS mantengan un valor superior a modelos más modernos,
ligeros y potentes? BMW dio en el clavo alumbrando
un concepto novedoso, algo que el mercado necesitaba sin
saberlo, pero eso no es suficiente para construir una leyenda.
La leyenda necesita de épica, y ésta se encontró en el Sahara.
En 1981, BMW mandó un equipo al Rally París Dakar. Para
sorpresa general, el francés Hubert Auriol ganó con una GS
ese año y en 1983. En 1984 y 1985 lo haría el belga Gaston
Rahier. Unirse a la historia de un rally que es en sí mismo el
más sorprendente éxito de la mercadotecnia deportiva fue un
acierto de consecuencias cataclísmicas. Las GS se vendieron
como rosquillas. La marca no tardó en sacar una versión París
Dakar con gran depósito y recias defensas. Una máquina
para el desierto que muy pocos de sus compradores sacaron
alguna vez de cualquier París para llevarla a ningún Dakar.
En el siglo 21, la estrella GS parecía declinar. Muchos
otros fabricantes habían inundado el mercado de motocicletas
trail de uno y dos cilindros. El concepto parecía
agotado aunque BMW insistía casi por inercia en sus grandes
motores. Entonces sucedió. Ewan Mc Gregor y Charlie
Boorman dan la vuelta al mundo en moto y ruedan una serie
emitida por la BBC. De pronto, con Long Way Round se
redescubren las grandes odiseas motociclistas que iniciara
en los 70 Ted Simon, autor de Los Viajes de Júpiter. Lírica,
valor, compañerismo. Publicidad, publicidad, publicidad.
¿Y qué motos usan? Dos flamantes GS 1150 Adventure.
El impacto es planetario. De nuevo BMW se catapulta al
epicentro de un movimiento de masas y se aprovecha de
un gran fenómeno comercial. Y mientras haya aventureros
en moto que usen GS, el prodigio durará muchos años.
Quizá algún monje haya vendido su Ferrari, tal vez Dios regrese
un día subido en una Harley, pero el sueño de la gran aventura que
cambie la vida del viajero nunca ha dejado de montar en BMW.


Miquel Silvestre

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